Pelostroika episodio 4: Obdulio en San Petersburgo

Noches interminables en la ciudad de Pedro El Grande, el triunfo de Uruguay frente al local y una victoria agónica de Argentina es lo que caracteriza la cuarta entrega de #Pelostroika, la cobertura de la Copa Mundial de Fútbol Rusia 2018 de Radio Pedal de nuestro enviado común.

El camino en tren a San Petersburgo está flanqueado por árboles. Los vagones están plenos de literas, no tienen camarotes como los que utilicé para ir a Rostov o a las playas de Sochi. Hay cuatro camas, una de cada lado, al mejor estilo compartimiento, pero abierto, y otro par contra el pasillo. Entonces cada vagón es un dormitorio abierto con cerca de cincuenta camas. Estoy parado en el espacio que comunica a los vagones, mirando para afuera, falta una hora para llegar a la ciudad de Pedro El Grande. Un muchacho entra y apura un pucho clandestino contra la puerta. En los trenes rusos está prohibido fumar, si te encuentran, la multa es de 1.500 rublos. El flaco echa el humo contra el borde de la puerta, en un claro intento de no “levantar la perdiz”. Acto seguido se va y el olor a cigarro colma esa parte del tren. Un ferry en un canal me avisa que ya estamos cerca de San Petersburgo. Y ahí sí, cuando baje al andén, voy a encender un cigarrillo.

El busto de Pedro El Grande corona la principal sala de la terminal de trenes. Al salir a la calle uno se encuentra con una ciudad muy colorida, la más “europeizada” de las que conocí durante este viaje a Rusia. Edificios altos, señoriales, plazas con estatuas de próceres de la guerra a caballo, locales de KFC, cervecerías, vendedores de cargadores de celular, tranvías y ferrys en los canales. San Petersburgo es hermosa; es un manojo de turistas de aquí para allá, son sus tranvías y los que te ofrecen tours en la vereda munidos de una cartulina con fotos, son los argentinos que ya están llegando para el partido del día siguiente, son los que, como yo, vamos hacia el Fan Fest para ver en vivo el cotejo entre Uruguay y Rusia, que culmina el Grupo A del Mundial 2018.

El bar de los mudos

El Fan Fest llenó su capacidad y la cola estaba a dos cuadras de la entrada, contra uno de los canales de la ciudad. Un abuelo con su nieto, rusas con trajes típicos y un tranquilo control policial que impide el paso. Falta media hora para el partido de las 5 de la tarde entre los locales y Uruguay. La gente pasivamente se agrupa, pero no se mueve ni hay avalancha. El sol nos da de lleno en la cara, no vamos a tener suerte, tendremos que irnos a un bar.

A falta de diez minutos encontramos un bar muy paquete en una esquina llamado Mamá Roma, o algo así. No dan el partido en la parte superior, así que descendemos a una especie de cava devenida en bar donde un televisor está pasando un informativo. Yo estoy con tres argentinos amigos, con los que vinimos a esta ciudad a ver el partido de Uruguay, que se juega en la lejana Samara, y, en vivo, el de Argentina y Nigeria.

Los vasos de cerveza corren como los ataques celestes. En el primer gol estamos solos en el lugar, lo único que se siente son nuestros gritos. Para el segundo tanto, pienso que el árbitro no lo cobró. Todo lo contrario: ocurre que ya hay un par de rusos en las mesas contiguas, pero no gritaron nada. En cambio yo, estoy parado frente a la tele festejando junto a unos jugadores vestidos de celeste en la pantalla de ese televisor.

El festejo empezó en ese bar. Los tres goles de Uruguay y el pasaje perfecto a octavos de final es el ambiente propicio para salir a caminar por la ciudad en plan de que esto no se termine nunca. Los canales nos ven caminar con el pabellón de Uruguay en la espalda, la gente saluda desde los ferrys y los mensajes de WhatsApp desde Montevideo o Buenos Aires son infinitos. Ganó Uruguay y ya me están ofreciendo entradas para ir a verlo, en octavos de final, contra Portugal, en Sochi.

Las noches blancas no son novelería

Son las 10 de la noche y estamos en la plaza que contiene el Palacio de Invierno y el museo del Hermitage. Un puñado de argentinos está realizando un “banderazo” triste y reducido. Son tres trapos sobre los adoquines y diez personas. El cielo está celeste, pero no en homenaje a algún equipo que acaba de derrotar al local, sino por el fenómeno de las Noches Blancas de las que hablaba Dostoyevski, porque no oscurece nunca. Y así se mantendrá en esa larga noche de rondas de cerveza y caminata. A las 3 de la mañana el cielo muestra un azul intenso, después empieza a aclarar. Estamos comiendo una hamburguesa luego de una larga recorrida de bares, junto a un productor y un camarógrafo argentinos. Cuando salimos a fumar un cigarro, como a las 4 de la mañana, aparecen dos mujeres a caballo por la vereda. Una se baja del pingo y lo deja estacionado para comprar algo. Yo no tengo batería en el celular, pero esa foto la traté de dejar impresa entre estas letras.

No me falles en esta, Obdulio…

Corren menos de diez minutos del segundo tiempo y Argentina gana 1-0 con un tremendo gol de Messi en el estadio del Zenith de San Petersburgo. Una obra colosal con forma de plato volador que cambia de colores en su fachada. El entorno es espectacular: un puente que cruza el río Neva y del otro lado, el Mar Báltico. La estación de subte te vomita a menos de una cuadra del estadio. Dicen que es el más moderno del mundo, que salió más caro que Wembley, que Putin puso plata para terminarlo…, lo único que sé es que está lleno de argentinos con todos los boletos a la victoria que los hará pasar de fase. Y yo, desde mi fuero más íntimo, no quiero que eso suceda. Soy uruguayo, esto es fútbol. Y ta.

Cuando Mascherano comete el penal, el estadio se enmudece. Yo solo estoy parado, con mi amigo argentino al lado, sufriendo. Miro al player de Nigeria a punto de efectuar el tiro penal y pienso “si estos le atajan el penal no los aguanta nadie y se agrandan”, entonces miro ese cielo celeste de las 10 de la noche de San Petersburgo y se lo pido a Obdulio, al Negro Jefe, al 5 de todos los tiempos…“no me falles en esta,Obdulio. Por favor”… Y entonces la pelota se deposita en la red del portero argentino, Armani, para establecer un lapidario empate que deja al elenco albiceleste momentáneamente fuera del Mundial.

Del gol agónico de Marcos Rojo, de las pavadas de Sampaoli y de lo que le pasó a Maradona no voy a hablar. Ya lo saben todo, lean diarios argentinos si tienen ganas. Pero mi amigo me abraza emocionado al final del partido, sabiendo que la amistad vale mucho más que los tres puntos. Se salvaron de casualidad, pero por eso mismo habrá que ir a tomar una cerveza con los amigos con los que hicimos este periplo de Mundial por tierras rusas.

El último tren a Moscú

Son las 3 de la mañana y el tren va arrancando a Moscú. Es el último trayecto en tren de nuestro viaje. Llegaremos a las 2 de la tarde, haremos las últimas compras y al otro día, la vuelta hacia Uruguay, dictaminando que estos veinte días de viaje en Rusia se terminan. Pero no con un final amargo, sino con la satisfacción de compartir, de viajar juntos, de poder disfrutar. Escribiendo, viajando, conversando en algún pseudoidioma con rusos o finlandeses, sacando fotos a lo japonés, perdiéndose en los subtes.

Todo eso fue Pelostroika… y mientras escribo esto en el aeropuerto de San Pablo, esperando la última escala hacia Montevideo, les dejo la promesa de un epílogo de esta serie de entregas, que puede tener color celeste de victoria o no, pero que tiene una impronta, la de quien, a las apuradas y haciéndose un recoveco, les envió estas crónicas, ahora bajo un cielo celeste de Brasil, que no se compara con el de San Petersburgo, porque este algún deseo te cumple a la pasada.

Texto y fotos: José Luis Rodríguez

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