Barrio, barro y un torbellino de sentimientos

Túnel y Tapones de fierro, sin demasiada alharaca ni miedo a expresar lo que sienten demostraron que el mundo del deporte puede tener otro encare, que la convicción y el corazón pueden (deben) dar pelea a la lógica deshumanizante que muy cómoda se sienta en su sillón mientras rueda la pelota.

No conocía el lugar. Lo había oído nombrar sí, alguna que otra vez, principalmente por ser el sitio en el que un gran amigo, músico él, se había presentado varias veces para llevar su arte en las seis cuerdas acompañando a un conocido cantor.

Prolijo, linda iluminación, un escenario tipo tarima en el que unos hombres ultimaban detalles para que el sonido fuera de calidad y, como si se tratase de una de esas mesas que uno se encuentra en Tristán Narvaja los domingos convidando al paseante a curiosear tapas y pasar las hojas (como si en ese escaso tiempo se pudiera lograr otra cosa que no fuera “fotografiar” mentalmente alguna idea de esas que remiten a conceptos, alguna imagen, o números poco gentiles), prácticamente al lado de la puerta de ingreso al local estaban dispuestos varios ejemplares de “la criatura” que esa noche sería presentada en sociedad.

Como Don Quijote y Sancho Panza, el hidalgo y su honrado y eternamente fiel escudero, que van en yunta, la dupla literaria la completaban varios ejemplares de la revista Túnel, que de vérselas con gigantes que muchas veces no lo son, algo sabe.

“El fútbol es la excusa”. No sabría decir a ciencia cierta en qué medida esta frase se ajusta a la atmósfera que reinaba en el evento de aquella noche de fines de agosto, pero creo que, en este caso, la duda vale mucho más que la certeza.

Agustín Lucas, futbolista y poeta, presentaba Tapones de fierro (vaya tridente el que conforman fútbol, amor y política, a la par del MSN  blaugrana) y el director de Túnel, Pedro Cribari (que tanto tiene que ver en esta iniciativa que se aleja de lo establecido a la hora del trato que se le da de manera habitual al balompié los medios de comunicación), sonreía y charlaba con las personas que iban llegando.

“Trapos” colgados en las paredes gritaban orgullosamente su amor por los colores que, como a cualquier hincha, identifican más que sus propias huellas dactilares. En otra pared, la tela, dolida e indignada, pedía por Santiago, desaparecido en democracia por un gobierno que hasta el momento poco (o nada) ha hecho para investigar el caso y dar con los responsables.

De a poco se iba sumando más gente: parejas jóvenes, otras no tanto, amigos, futbolistas, técnicos, y lo que, a priori, parecían personas interesadas en lo que la
“cara amable” de un juego devenido en escaparate de grandes figuras, millones obscenos, y doctores entrajados de cuestionable moral, todavía tiene de lúdico, de calle de adoquines, de hacer la “vaquita” para comprar un agua.

El puntapié inicial lo dio Cribari, breve pero con un mensaje poderoso y que, personalmente, creo que conviene  no olvidar: atreverse a tener un proyecto y llevarlo adelante, muchas veces contra todo pronóstico y, de manera independiente de lo que resulte, no bajar los brazos. La dignidad intacta.

Luego, Agustín tomó la posta y habló del libro, de sus experiencias en torno al rectángulo verde donde los 22 se chocan, se separan, y aceleran como si fueran partículas a las que los colores de la camiseta sirven para dividir en dos bloques que durante 90’ intentarán que su arte deje afónicos a los que cada fin de semana entregan su tiempo por una pasión.

Preguntas de los que asistieron, risas y afiladas palabras rapeadas hicieron el resto.

Túnel y Tapones de fierro, sin demasiada alharaca ni miedo a expresar lo que sienten demostraron que el mundo del deporte puede tener otro encare, que la convicción y el corazón pueden (deben) dar pelea a la lógica deshumanizante que muy cómoda se sienta en su sillón mientras rueda la pelota.

Texto: Facundo Berterreche

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