Derecho a un aplauso

Semanas atrás, la murga “La nueva 24” de Mercedes, integrada por reclusos de la Unidad Penitenciaria de Paraje Pense, vio frustrada su actuación (fuera de concurso) en el escenario de la Manzana 20, donde se llevaba a cabo el concurso local de carnaval.

Columna de opinión

Semanas atrás, la murga “La nueva 24” de Mercedes, integrada por reclusos de la Unidad Penitenciaria de Paraje Pense, vio frustrada su actuación (fuera de concurso) en el escenario de la Manzana 20, donde se llevaba a cabo el concurso local de carnaval.

A raíz de la editorial del 19 de febrero, escrita por Ricardo Nolé, director del diario Crónicas de Mercedes, donde manifestó su disconformidad con que la murga se presente al público, algunas radios locales se hicieron eco de la polémica que tuvo repercusión a nivel institucional en la cárcel. Esto causó el retroceso de un proyecto que requiere varios procesos judiciales para sacar reclusos del penal por cuestiones artísticas, de hecho son casos muy poco usuales. El teniente Luis Rosas, director de la unidad penitenciaria dijo al diario El País que dada la reacción de la opinión pública decidieron no avanzar con la presentación.

Nos podemos preguntar de dónde proviene esta opinión pública, quiénes y de qué manera se manifestaron, por qué medios de comunicación y si realmente es representativa de la población. Desde qué lado y con qué argumentos se construye y se apoya un discurso reaccionario que, al día de hoy, hace agua por todos lados. ¿Hasta qué punto puede esta “opinión pública” modificar un programa del gobierno con fundamentos políticos y sociales? ¿Hasta qué punto y qué fundamentos utilizaron las autoridades carcelarias para suspender dicha presentación, seguramente muy ansiada y esperada por los propios actores?

Nos enfrentamos nuevamente a la presión mediática del afuera hacia el adentro, del miedo y el rechazo, donde prima el discurso segregacionista que impone fronteras y muros donde no los debería haber. Se coartó la oportunidad a un grupo de personas que buscan generar un contexto alternativo al delito a través del arte, desde una murga, desde algo nuestro, propio. Quisieron salir a decir cosas parados desde un formato artístico que nos pertenece a todos y que marca justamente una identidad. No los dejamos.

Una vez más, a ellos, a los otros, a los pobres, a los delincuentes, los encerramos, les decimos que no pueden mirarnos a la cara, que no los queremos ver o que seguramente lo hacen para burlarse de nosotros lo buenos, los adaptados, los de bien. “Es bueno preguntarse también qué se siente desde arriba de las tablas: “mirá como nos aplauden estos nabos”, “gracias por esta oportunidad”, o “no está mal ser delincuente”. Así escribió Nolé y lo aplaudieron unos pocos. El rechazo se vuelve a hacer norma para las personas en conflicto con la ley.

“Imposible de entender. Al menos para quienes (alejados de estas modernidades de hoy) entendemos que cumplir penas de prisión significa tener sus derechos suspendidos afirma el periodista. Si “las modernidades de hoy” significan nuevas teorías y experiencias con resultados positivos, con sobrados análisis y estudios nacionales e internacionales que confirman que nuevos caminos para el desistimiento -entendido éste como el alejamiento del mundo del delito- son posibles, entonces le recomiendo acercarse a ellas, ya que las antiguas claramente no funcionaron y generaron la inseguridad de la que hoy se habla tanto y los medios conservadores no hacen otra cosa más que repetir. Es interesante pensar cuáles son los derechos suspendidos que tiene un preso por determinación judicial y qué derechos le fueron vulnerados en el correr de su vida por determinación social. El derecho a recibir un aplauso aún lo tienen.

Solo basta con informarse de experiencias, en nuestro propio país, con buenos resultados, relatados por los protagonistas de todas las partes. Se pueden ver y conocer tesis de lo más variopintas que confirman que la reinserción en la sociedad se logra con programas educativos y culturales, no solo con la colocación de talleres de “oficios, huertas, manufactura o instrucción”, si no repetimos el discurso de que el pobre o el preso solo sirven para eso. El arte es sano.

Denisse Legrand, Coordinadora de Nada crece a la Sombra, reflexionó en Radio Pedal: “Pretendemos que, por algún proceso divino, personas que están inmersas en un entorno violento cambien, reconstruyan su forma de ser y se relacionen desde la empatía y la responsabilidad con un afuera que los rechaza y que parece más dispuesto a cerrar puertas que a tender puentes”.  El pasaje por la privación de libertad es un mojón trascendente en la vida de las personas, lo acontecido en este período determina en gran medida la forma en que se encare el tránsito posterior. Es por esto que promover actividades que les permitan a los sujetos identificarse con otras formas de ser y hacer es fundamental. Lograr encuentros con el afuera, tender lazos y redes son claves para una reconciliación entre el que está recluido y el que no. Sanar los vínculos sigue siendo una solución.

La puesta en marcha de un espectáculo artístico, en este caso murguero, requiere de mucho tiempo y esfuerzo de creación, de ensayo, discusión, integración, trabajo en equipo, de pensarse a uno mismo, por lo tanto, de identidad. Quien nunca se subió a un escenario y fue aplaudido, jamás sentirá ese goce inexplicable del reconocimiento con alegría, del abrazo a la distancia, del “te felicito por lo que hiciste”. Cientos de murguistas anónimos disfrutan año a año de ese pequeño instante en que son reconocidos y felicitados al menos por un ratito en la vida. Un pequeño mimo al ego, tan necesario. ¿Cómo pensar que alguien arriba de un escenario, mostrando un espectáculo, con todo lo que ello implica, piense para sí mismo “mirá como nos aplauden estos nabos”? Qué fuerte.

No perdamos esta gran oportunidad de pensarnos y discutir lo representativo de este acontecimiento y de lo poco que trascendió en los medios, debe ser solo una muestra gratis del lugar que le damos a los privados de libertad y de la fuerza mediática que existe para continuar construyendo líneas divisorias y lo poco dispuestos que estamos a generar condiciones que permitan a las personas encarar rumbos distintos, alejados del mundo del delito. Entendamos que los comunicadores tenemos la responsabilidad de tender redes de estar con el otro, trascender fronteras y muros, jugar con sinceridad y con argumentos sólidos.

No seamos tan tercos de no reconocer que nos equivocamos, ni seamos tan necios de no dar segundas oportunidades. Ojala que “La nueva 24” nos de otra chance de poder vernos cara a cara, sin rejas ni muros, solo con la cara pintada.

Texto: Alito Cabrera

Foto: Alessandro Maradei

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